Por Diego Barovero
A raíz de los hechos de violencia acaecidos con motivo del segundo entierro del ex presidente Juan Domingo Perón y que fueran protagonizados por sus partidarios y teniendo en cuenta las repercusiones que los mismos tuvieron en la sociedad, parece útil señalar que toda esta liturgia necrofílica encuentra sustento en una suerte de mito creado en torno a la figura del extinto líder justicialista. Pero que representa lisa y llanamente la esencia de un movimiento faccioso que dirime por métodos violentos e incivilizados todas y cada una de las diferencias que se suscitan.
Esa mitología no solamente ha influído en el espíritu de varias generaciones de argentinos que se identifican con ese liderazgo sino, para mi sorpresa, también entre algunos opositores, que suelen interpretar con excesiva benevolencia estos habituales desbordes.
Cincuenta y un años después de su expulsión del poder por una revolución cívico militar y treinta y dos años después de su fastuoso funeral, merced a la eficaz acción propagandística desplegada por pseudo historiadores, politólogos y analistas, parecerían haber bastado para que generaciones argentinas que por razones etáreas no debieron sobrellevar el tedio y el horror de la dictadura peronista tengan ahora una imagen falsa de lo que fue la Argentina de aquellos tiempos de su hegemonía y omnipotencia.
Estas líneas no tienen por objeto aportar ninguna novedad reveladora, sino simplemente relatar ciertos hechos y circunstancias de dóminio público que un olvido cómplice o candoroso han tergiversado.
Alguna vez Benedetto Croce sostuvo que "No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas". La observación es aplicable a la situación vivida por nuestro país en aquellos tiempos del esplendoroso poder de la pareja estelar. Obsérvese que por entonces era difícil encontrar alguien que abierta y francamente reconociera "Soy peronista". Es más, aquellos que se afiliaban al entonces Partido Peronista (denominación que aviesamente suele ocultarse) admitían haberlo hecho por conveniencia, por presiones o por miedo. Sin embargo, abundan ejemplos de quienes se hacían los peronistas y que, luego de la caída del oprobioso régimen, no trepidaban en abjurar con facilidad de su adhesión al mismo, sencillamente, porque era una pose.
Borges dijo al respecto que al argentino le importa menos pasar por inmoral que por zonzo, fundamento sociológico de la llamada viveza criolla, y algo de ello puede haber.
Las celebraciones litúrgicas típicas del peronismo, los primero de mayo y los diecisiete de octubre, solían contar con profusión de propaganda, asuetos laborales que facilitaran la concurrencia o lisa y llanamente el traslado de partidarios en camiones. No era común que hubiese convocatorias espontáneas, más bien todo lo contrario. Sin embargo, aún hoy y hasta en las mismas filas de los opositores al peronismo, se recuerda con cierta nostalgia y cierta envidia la "capacidad de movilización y convocatoria" de aquél sistema.
Una nota distintiva de aquellas concentraciones eran las entonaciones de la famosa marcha "Los Muchachos Peronistas" que aún hoy incluye el ridículo y vetusto verso "combatiendo al capital" que sus continuadores todavía cantan orgullosos. Y también un repetido latiguillo "La vida por Perón", frase retórica que olvidaron rápidamente cierta mañana lluviosa de septiembre en la que prefirieron permanecer encerrados en sus casas escuchando Radio Colonia a la espera de alguna noticia verídica sobre lo que ocurría en la provincia de Córdoba.
El llamado "primer trabajador" -también suele omitirse- fue un nuevo rico que, dada su influencia sobre las masas pudo inculcarles un cambio de ideales, pero se limitó a emular de modo grotesco los rasgos menos respetables de la oligarquía que simulaba combatir: la ostentación, el lujo, la profusión iconográfica, el aprovechamiento del poder para obtención de beneficios. Todo con la exageración propia del guarango. Inundó la geografía argentina -o permitió que sus sicarios lo hicieran- con imágenes suyas y de su segunda esposa, cuyos nombres fueron impuestos a provincias, ciudades, hospitales, entidades públicas, etc.
Si a ello se le suman cuestiones menos baladíes como la corrupción de menores, el peculado sistemático, la protección de criminales de guerra nazis, la aplicación de la picana eléctrica, el silenciamiento de la opinión libre, la incitación al crimen, la confiscación de bienes, la censura de prensa, el establecimiento del delito de opinión y un régimen de delación y sobornos, el incendio de edificios y templos históricos, difícilmente pueda identificarse a la administración presidida por el Coronel ascendido a Teniente General por ley del Congreso con una república democrática.
Más justa sería su inclusión en la profusa nómina de regímenes totalitarios y dictatoriales de corte demagógico y populista que asolaron al continente latinoamericano, retrasando su cultura, ahogando su progreso y consolidando de hecho el statu quo favorable a los grupos de privilegio y al imperialismo.
Sin embargo, la falta de auténtico sentido cívico, los errores y la política sistemática de entrega y transferencia de recursos al capital transnacional por parte de los gobierno que lo sucedieron, alimentaron el mito de un Perón socialista, que había encabezado una auténtica revolución que había quedado trunca por el accionar oligárquico-imperialista confabulado con la partidocracia liberal burguesa.
Aquellos que no conocieron la verdadera esencia autoritaria y fascistoide del régimen peronista, creyeron ver en él una suerte de precursor del maoísmo y del castrismo y - astutamente incitados desde el exilio por el militar que admiraba los regímenes totalitarios europeos de los años treinta - se lanzaron a la acción revolucionaria que debía coronarse con un regreso del desplazado al poder para concretar la ansiada Patria Socialista.
Lo que siguió es bien conocido. Aquél a quien veían como el líder de la vía argentina al socialismo terminó armando, antes de su propia muerte, un mecanismo sistemático que permitiera eliminar físicamente a los elementos subversivos a quienes él mismo había impulsado a sublevarse. "La Argentina precisa un Somatén", dijo alguna vez al pasar poco antes de su retorno al país, convencido que sólo a través de la utilización de escuadrones de la muerte podía ponerse fin a la violencia terrorista de los jóvenes integrantes de las organizaciones armadas irregulares a las que él había fomentado como "formaciones especiales". Apadrinó a José López Rega y a los comisarios Almirón y Cardozo para que pusieran en marcha la organización parapolicial Triple A que asesinó y atentó contra centenares de argentinos.
La "juventud maravillosa" se convirtió de pronto en "estúpidos e imberbes" que ignoraban el verdadero valor de la patota sindical, la "columna vertebral" del movimiento justicialista que durante casi veinte años había luchado por el regreso del líder y la restauración de su régimen.
Muerto y dos veces enterrado, Perón nos ha dejado ese legado que vimos transmitido en directo por televisión e internet. Los grupos facciosos que luchan y se matan por estar cerca de un palco o por el dominio del territorio. Ellos constituyen la quintaesencia del informe movimiento que por primera vez se congregó un 17 de octubre de 1945 en la Plaza de Mayo y que todavía hoy, luego de constantes figuraciones y desfiguraciones a través de las décadas, sigue siendo la fuerza hegemónica argentina.
1 de abril de 1928. YRIGOYEN PLEBISCITADO
Hace 6 años.
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