viernes, 8 de septiembre de 2006

25º Aniversario del fallecimiento del Dr. Ricardo Balbín OPINIÓN: "Balbín y los partidos políticos"

Por Diego Barovero
Secretario General del Instituto Nacional Yrigoyeneano (Ley Nº 26.040)


Se cumple un cuarto de siglo desde la desaparición física del doctor Ricardo Balbín, el político por antonomasia. Afortunadamente, su recuerdo y su memoria permanecen vigentes en la civilidad. Es que el ejemplo de Balbín, su actitud de entrega, de lucha, de honradez intelectual ha tarscendido las fronteras a veces caprichosas de las divisas partidarias.
En tiempos en que la política y los políticos aparecen desprestigiados; en que los valores morales y la honradez son bienes escasos; en que la ejemplaridad de las conductas ha sido reemplazada por la medición de imagen; en que la imposición hegemónica suprime al diálogo plural y el pragmatismo se impone a la convicción; es bueno recordar, aunque sin espíritu necrológico, a Ricardo Balbín.
El mismo lo dijo alguna vez en un homenaje al insigne Honorio Pueyrredón en el cementerio de la Recoleta: "Venimos a este lugar a encontrarnos con nuestros muertos; con nuestros magníficos muertos, no porque ellos lo necesiten, no porque ellos precisen de nuestros homenajes ... venimos aquí porque nosotros los necesitamos. Somos nosotros los que sentimos la imperiosa necesidad de acercarnos a ellos para que nos muestren el derrotero a seguir".
Los radicales y los ciudadanos comprometidos con el ideal de libertad y república sentimos hoy como Balbín ayer la necesidad de acercarnos a los grandes muertos que -como él- nos indiquen el derrotero de al reconstrucción de la democracia constitucional republicana.
Es probable que los homenajes que se le tributen por estos días caigan en la tentación del lugar común y la frase retórica o a la metáfora anecdótica para referirse al legendario tribuno platense; es probable que lo más importante de la obra legislativa, el pensamiento político y la acción cívica de Ricardo Balbín, sea omitido: Su defensa coherente e inclaudicable de los partidos políticos como herramienta de intermediación entre la sociedad civil y el Estado democrático.
Toda la vida pública de Balbín está dominada por el concepto de la institucionalidad del partido político como vehículo insustituíble de la representación democrática, sin el cual la sociedad es presa fácil de los totalitarismos de todo signo. Su máximo servicio a su propio partido, la Unión Cívica Radical fue precisamente el de mantenerlo cohesionado, articulado y en funcionamiento a lo largo y ancho de todo el país, contando con un caudal de sufragios populares nada despreciable, que hoy mismo sería considerado una friolera si la comparáramos con las pobres performances de los candidatos radicales en los últimos comicios.
Balbín fue un orador brillante que encarnó el sentimiento de una amplia porción de argentinos, radicales o no, que le reconocían el coraje cívico de decir las cosas por su nombre, aunque con un lenguaje florido, en el ambiente saturado de opresión y censura que caracterizó al primer peronismo.
En un sistema en el que se privilegiaba la delación, la obsecuencia y la prepotencia que cercenaban la libertad de pensamiento y expresión de los ciudadanos, Ricardo Balbín parado sobre una improvisada tarima de madera en cualquier plaza pública; un micrófono y altoparlantes precarios provistos gratuitamente por la compañía de sonido "All Tone" de la familia Desplats y con la pobre iluminación de un foquito alimentado por generador encima de su cabeza, era la encarnación del sentimiento de libertad que anidaba en el corazón de centenares de miles de argentinos. Capaz de denunciar con valentía la brutalidad oficial en la imposición de criterios e ideas, era sensible al reconocer la defensa del interés nacional y la satisfacción siquiera parcial de las necesidades sociales por parte del peronismo.
Los años de proscripción peronista lo encontraron procurando construir una alternativa política que fuera capaz de canalizar la voluntad de las mayorías privadas de la posibilidad de votar a su líder. Derrotado una y otra vez en los comicios, tuvo la entereza de reconocer el momento en que debía dar un paso al costado para promover el triunfo de su partido de la mano de otro candidato, posibilitando así el triunfolegítimo de Arturo Umberto Illia, que presidió uno de los mejores gobiernos del siglo XX.
En la convicción que no podía construirse una institucionalidad sólidamente asentada si no se permitía la participación del peronismo en los procesos electorales, desprovisto de todo interés mezquino y convencido de servir a la Nación, fue capaz de perdonar agravios, persecución y cárcel para sellar la unidad de las mayorías populares. Su "viejo adversario" convertido en "amigo" comprendió y valoró el gesto, aunque ya era tarde, para él en particular y para los argentinos en general. La larga y negra noche que se cernía sobre el país desplegó todo su potencial de violencia, horror y muerte. A pesar de las interpretaciones de fanáticos y delirantes, Balbín estuvo a la altura de las circunstancias. Salvó las vidas que pudo y se dolió de las que no pudo salvar.
Su último gran aporte fue convocar a principios de los ochenta en torno a su lecho de enfermo a los principales partidos políticos argentinos para que buscaran los denominadores comunes que posibilitaran nuevamente la apertura democrática. No pudo ver el renacer de la república y la vigencia de la Constitución Nacional como él lo había soñado. Aún en momentos en que se debatía entre la vida y la muerte, debió soportar el escarnio del periodismo amarillo que lucraba con la difusión de su imagen moribunda y canalizada en una sala de terapia intensiva.
Aunque en estos tiempos en que el estilo "K" contamina el ambiente de la reflexión política no quede demasiado bien rememorar a Ricardo Balbín, su recuerdo puede servir para reconstruir el ideal de la república representativa y de sistema de partidos que animó su vida y presidió su pensamiento y su acción.

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