por FERNANDO BLANCO MUIÑO
El fallecimiento del Dr. Raúl Alfonsín ha disparado un torrente de análisis políticos acerca de su vida, su obra y su legado.
Desde las propias filas de la UCR, o desde los funcionarios de su gobierno, y aún desde quienes se le opusieron, han surgido un conjunto de interpretaciones, en la mayoría laudatorias, del Dr. Alfonsín.
También lo han hecho los intelectuales y los medios de prensa que, a contrapelo del papel que desempeñaron durante su gobierno, han descubierto en Alfonsín al padre de la democracia.
En la misma dirección, se ha visto opinar a la dirigencia agropecuaria, otrora abucheadora del Presidente en la Sociedad Rural, ahora reivindicadora de su figura.
Del trío de voceros informales a los que echa mano habitualmente el peronismo en su versión kirchnerista (Hebe de Bonafini, Luis D’Elía y Emilio Pérsico), sólo la primera profirió blasfemias contra el Dr. Alfonsín. Las mismas han sido repudiadas por toda la sociedad en forma inmediata en una demostración de buena salud mental colectiva.
En este contexto, sólo los sectores carapintadas, liderados oportunamente por Aldo Rico o Mohamed Alí Seineldín, han guardado un silencio sospechoso y confirmatorio de su visceral golpismo.
A nadie sorprende.
Si como se dijo “la duda es la jactancia de los intelectuales, y yo no dudo” (Rico dixit), el silencio de estos personajes ratifica el desprecio por el pueblo argentino y por la forma de gobierno asumida por éste desde diciembre de 1983. La posterior participación política de Rico en las filas del peronismo, hoy aliado de Kirchner en territorio bonaerense, viene a cerrar el círculo histórico de connivencia de un sector retrógrado del justicialismo con el ala golpista del ejército.
He aquí, quizá, uno de los aportes más grandes de Alfonsín a nuestra historia: nos hizo no tenerles miedo cuando hablaron en 1987 y no les tenemos miedo ahora que no hablan.
También correspondería hacer alguna mención a la pertenencia política del Dr. Alfonsín.
En estos días se lo reconoció como un estadista, un hombre de diálogo, un buscador de consensos (que él llamara “comunes denominadores”), y muchas más cualidades que sin duda son ciertas y presentes a lo largo de la vida de Alfonsín.
Me voy a permitir agregar que, además de todo lo que se ha dicho y porque se lo ha dicho bastante poco, Alfonsín era RADICAL.
Eso no significa que fuera mejor o peor que otros argentinos, sólo que su indiscutible condición de radical explica la obra de Alfonsín y su muerte ha puesto de relieve virtudes y valores inmanentes al radicalismo y que, espero, puedan ser interpretadas en su justa medida por toda la sociedad.
Veamos.
Se ha recordado en estos días el pasado de Alfonsín como estudiante en el Liceo Militar y, a pesar de ello, su impulso al Juicio a las Juntas.
En la condición de ex liceísta se podía suponer que su gobierno mantendría la relación con Brasil dentro de las hipótesis de conflicto de nuestro país y, a pesar de ello, sentó las bases del Mercosur.
En igual situación podría suponerse que Alfonsín no hubiese querido cerrar el conflicto del Beagle y, a pesar de ello, avanzó en la consulta popular y en la aceptación de la mediación del Papa Juan Pablo II.
Se ha reconocido su carácter de co fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y su valor para estampar la firma en los habeas corpus durante la dictadura militar (mientras otros ejecutaban deudores amparados en la circular 1050 del Banco Central) y, a pesar de ello, decretar la continuación de los procesos judiciales contra los que cometieron actos de subversión.
Ante la muerte, el obispo Laguna nos ha hecho saber la conducta de Alfonsín en su lecho de enfermo y la religiosidad demostrada y, a pesar de ello, llevó adelante durante su gobierno la sanción de la ley de divorcio vincular.
Algunos lo han ubicado a Alfonsín dentro de los dirigentes de la burguesía nacional, preocupados por la defensa de sus intereses y, a pesar de ello, promovió el Plan Alimentario Nacional y el Plan Nacional de Alfabetización, además del Congreso Pedagógico.
En cada una de estas decisiones Alfonsín demostró ser un hombre verdaderamente democrático y esa condición está profundamente ligada al ideario radical.
El radicalismo es una corriente nacional reparadora desde sus orígenes. Sus hombres acceden al poder no para servirse de él sino, como acto de servicio colectivo, reparar las desigualdades y, fundamentalmente, gobernar para todos.
Los aristócratas, siguiendo las formas de gobierno presentadas por Aristóteles, gobiernan a favor de su clase. Nuestro país ha conocido muchos gobiernos aristocráticos, algunos con olor a bosta otros con el ruido de fusiles, en los cuales los intereses de clase superan a los intereses generales.
Los demócratas, como Yrigoyen, como Alvear, como Illia y como Alfonsín, más allá de sus orígenes y pertenencias, gobiernan para todos, teniendo como objetivo final de su obra el bienestar general.
Ese fue Alfonsín. El radical que, poniendo el interés general por sobre el sectorial, el que entendió que se gobierna para todos y no para la facción y el que, sin claudicar de sus convicciones y su historia, supo poner a la patria por delante de su partido y de él mismo.
En estos días de profunda tristeza, en estas horas de reflexión, sepa el pueblo argentino que Alfonsín ha sido un demócrata radical que propugnó llevar adelante los principios de la democracia social para todos los argentinos, que antepuso al país por sobre todo y que dio ejemplo de vida y testimonio de lealtad a sus convicciones, su pensamiento y su partido.
En estas horas y para todos los tiempos, entonces, vaya el reconocimiento para el Dr. Raúl Alfonsín, para su obra y su gobierno que hizo propio el pensamiento de Hipólito Yrigoyen: “Hay que ser radical en todo y hasta el fin”.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 6 de abril de 2009.
El fallecimiento del Dr. Raúl Alfonsín ha disparado un torrente de análisis políticos acerca de su vida, su obra y su legado.
Desde las propias filas de la UCR, o desde los funcionarios de su gobierno, y aún desde quienes se le opusieron, han surgido un conjunto de interpretaciones, en la mayoría laudatorias, del Dr. Alfonsín.
También lo han hecho los intelectuales y los medios de prensa que, a contrapelo del papel que desempeñaron durante su gobierno, han descubierto en Alfonsín al padre de la democracia.
En la misma dirección, se ha visto opinar a la dirigencia agropecuaria, otrora abucheadora del Presidente en la Sociedad Rural, ahora reivindicadora de su figura.
Del trío de voceros informales a los que echa mano habitualmente el peronismo en su versión kirchnerista (Hebe de Bonafini, Luis D’Elía y Emilio Pérsico), sólo la primera profirió blasfemias contra el Dr. Alfonsín. Las mismas han sido repudiadas por toda la sociedad en forma inmediata en una demostración de buena salud mental colectiva.
En este contexto, sólo los sectores carapintadas, liderados oportunamente por Aldo Rico o Mohamed Alí Seineldín, han guardado un silencio sospechoso y confirmatorio de su visceral golpismo.
A nadie sorprende.
Si como se dijo “la duda es la jactancia de los intelectuales, y yo no dudo” (Rico dixit), el silencio de estos personajes ratifica el desprecio por el pueblo argentino y por la forma de gobierno asumida por éste desde diciembre de 1983. La posterior participación política de Rico en las filas del peronismo, hoy aliado de Kirchner en territorio bonaerense, viene a cerrar el círculo histórico de connivencia de un sector retrógrado del justicialismo con el ala golpista del ejército.
He aquí, quizá, uno de los aportes más grandes de Alfonsín a nuestra historia: nos hizo no tenerles miedo cuando hablaron en 1987 y no les tenemos miedo ahora que no hablan.
También correspondería hacer alguna mención a la pertenencia política del Dr. Alfonsín.
En estos días se lo reconoció como un estadista, un hombre de diálogo, un buscador de consensos (que él llamara “comunes denominadores”), y muchas más cualidades que sin duda son ciertas y presentes a lo largo de la vida de Alfonsín.
Me voy a permitir agregar que, además de todo lo que se ha dicho y porque se lo ha dicho bastante poco, Alfonsín era RADICAL.
Eso no significa que fuera mejor o peor que otros argentinos, sólo que su indiscutible condición de radical explica la obra de Alfonsín y su muerte ha puesto de relieve virtudes y valores inmanentes al radicalismo y que, espero, puedan ser interpretadas en su justa medida por toda la sociedad.
Veamos.
Se ha recordado en estos días el pasado de Alfonsín como estudiante en el Liceo Militar y, a pesar de ello, su impulso al Juicio a las Juntas.
En la condición de ex liceísta se podía suponer que su gobierno mantendría la relación con Brasil dentro de las hipótesis de conflicto de nuestro país y, a pesar de ello, sentó las bases del Mercosur.
En igual situación podría suponerse que Alfonsín no hubiese querido cerrar el conflicto del Beagle y, a pesar de ello, avanzó en la consulta popular y en la aceptación de la mediación del Papa Juan Pablo II.
Se ha reconocido su carácter de co fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y su valor para estampar la firma en los habeas corpus durante la dictadura militar (mientras otros ejecutaban deudores amparados en la circular 1050 del Banco Central) y, a pesar de ello, decretar la continuación de los procesos judiciales contra los que cometieron actos de subversión.
Ante la muerte, el obispo Laguna nos ha hecho saber la conducta de Alfonsín en su lecho de enfermo y la religiosidad demostrada y, a pesar de ello, llevó adelante durante su gobierno la sanción de la ley de divorcio vincular.
Algunos lo han ubicado a Alfonsín dentro de los dirigentes de la burguesía nacional, preocupados por la defensa de sus intereses y, a pesar de ello, promovió el Plan Alimentario Nacional y el Plan Nacional de Alfabetización, además del Congreso Pedagógico.
En cada una de estas decisiones Alfonsín demostró ser un hombre verdaderamente democrático y esa condición está profundamente ligada al ideario radical.
El radicalismo es una corriente nacional reparadora desde sus orígenes. Sus hombres acceden al poder no para servirse de él sino, como acto de servicio colectivo, reparar las desigualdades y, fundamentalmente, gobernar para todos.
Los aristócratas, siguiendo las formas de gobierno presentadas por Aristóteles, gobiernan a favor de su clase. Nuestro país ha conocido muchos gobiernos aristocráticos, algunos con olor a bosta otros con el ruido de fusiles, en los cuales los intereses de clase superan a los intereses generales.
Los demócratas, como Yrigoyen, como Alvear, como Illia y como Alfonsín, más allá de sus orígenes y pertenencias, gobiernan para todos, teniendo como objetivo final de su obra el bienestar general.
Ese fue Alfonsín. El radical que, poniendo el interés general por sobre el sectorial, el que entendió que se gobierna para todos y no para la facción y el que, sin claudicar de sus convicciones y su historia, supo poner a la patria por delante de su partido y de él mismo.
En estos días de profunda tristeza, en estas horas de reflexión, sepa el pueblo argentino que Alfonsín ha sido un demócrata radical que propugnó llevar adelante los principios de la democracia social para todos los argentinos, que antepuso al país por sobre todo y que dio ejemplo de vida y testimonio de lealtad a sus convicciones, su pensamiento y su partido.
En estas horas y para todos los tiempos, entonces, vaya el reconocimiento para el Dr. Raúl Alfonsín, para su obra y su gobierno que hizo propio el pensamiento de Hipólito Yrigoyen: “Hay que ser radical en todo y hasta el fin”.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 6 de abril de 2009.
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