Por Diego Barovero
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La Ciudad de Buenos Aires está indisolublemente ligada a la historia y la vida del radicalismo. Casi podría decirse a la prehistoria radical. En efecto, fue el joven diputado a la Legislatura de Buenos Aires Leandro Alem quien se opuso con fiereza a la federalización de la entonces capital provincial, augurando -como efectivamente ocurrió- la muerte del federalismo y la hiperconcentración de poder en un mega centro urbano, creando un Estado macrocefálico y centralista.
Años después Buenos Aires fue la escenario de los tres hitos que jalonaron el nacimiento de la Unión Cívica Radical: los mitines del Jardín Florida (1889) y del Frontón de pelota (1890) y de la revolución del Parque (1890). Fue la Capital de la República la que en pleno apogeo del Régimen elegía senadores a Aristóbulo del Valle y Leandro Alem.
Fue epicentro también del accionar revolucionario desplegado por Hipólito Yrigoyen y del estallido cívico militar del 4 de febrero de 1905 en reclamo de elecciones libres.
Producida la reforma electoral mediante la Ley Sáenz Peña, el pueblo porteño consagró la mayoría electoral de la UCR en el distrito, ingresando en su primera representación legislativa una brillante pléyade integrada por Marcelo de Alvear, Delfor del Valle, José Luis Cantilo, Vicente Gallo, Fernando Saguier y Horacio Oyhanarte. Así, la Ciudad de Buenos Aires le otorgó al radicalismo su apoyo y confianza cada vez que hubo de ser consultado en comicios libres, sin restricciones ni violencias. Aún en la Década Infame, si en la Capital no se hacía fraude el triunfo en las urnas era para las listas radicales.
En los años de la hegemonía del peronismo, la Capital le otorgaba al radicalismo más votos que el resto de los distritos del interior del país. Por ello Perón, para morigerar la influencia de los herederos de Alem en territorio porteño, implementó una reforma tramposa de las circunscripciones para reducir la representación radical: "la gerrymandra".
La ciudad le dió su apoyo claro a los dos presidentes radicales del pos peronismo: Arturo Frondizi y Arturo Illia.
En 1973 en plena mística del retorno peronista, los porteños se dieron el lujo de votar contra el candidato de Perón a senador consagrando a un joven abogado cordobés que hacía política en la Capital: Fernando de la Rúa, quien inició desde entonces una relación de fidelidad con el electorado capitalino que se extendió por más de treinta años. Nunca perdió una elección en el distrito.
En 1983 con el renacimiento de la democracia, el triunfo de Raúl Alfonsín, claro y contundente en todo el país, fue apoteótico en esta ciudad: más del 60% de los sufragios, lo que se tradujo no solamente en la obtención de los dos senadores nacionales por el distrito, sino en catorce sobre veinticinco bancas de diputados nacionales y treinta y nueve concejales sobre sesenta miembros del legislativo comunal.
A través de la historia, el radicalismo le otorgó a la Ciudad la posibilidad de ser gobernada por importantes y eficaces administradores bien recordados por los porteños: José Luis Cantilo, Carlos Noel, Héctor Bergalli, Hernán Giralt, Francisco Rabanal, Julio César Saguier.
Todos estos antecedentes valen para dimensionar el porqué de la crisis que se abate sobre la UCR de la Ciudad de Buenos Aires y su incapacidad para salir de ella y ofrecer nuevamente a los porteños - como lo hiciera tantas otras veces a lo largo de su historia - una alternativa sustentable y valida que le merezca obtener nuevamente su confianza.
Los comicios del 3 de junio próximo para elegir jefe y vicejefe de gobierno y legisladores presentan una encrucijada para el votante radical.
¿Es que han desaparecido los radicales de la faz del territorio de la ciudad? ¿Es que se han convertido a otros credos políticos? La respuesta claramente es no. Hay y seguriá habiendo radicales en la ciudad de Buenos Aires; pero ocurre que ya no votan las listas que presenta su divisa partidaria. Tal vez porque la crisis institucional y socioeconómica de 2001/2002 golpeó más rudamente a los sectores tradicionalmente propensos a apoyar a los candidatos radicales: la dinámica, culta, cosmopolita y veleidosa clase media porteña.
Es claro que esos sectores no se sienten representados por la actual dirigencia radical del distrito porteño. Entienden que el actual elenco que gobierna el destino partidario en la Capital, llegado al pináculo del poder en 1983 para no desalojarlo desde entonces, es responsable de claudicaciones, inconsistencias, infidelidades, deslealtades y apostasías que son difíciles de disculpar.
No es que haya desaparecido el afiliado, el simpatizante, el votante radical. Simplemente no está dispuesto a acompañar las estrategias pergeñadas entre cuatro paredes por un puñado de impresentables, que no pueden resistir una elección interna en sus propias barriadas y que no son capaces de obtener reconocimiento por parte de sus convecinos, y por eso se ha tomado la libertad de elegir otras opciones políticas, aquellas que entiendan más cercanas a los principios y valores tradicionalmente identificados con el radicalismo.
Esa renovación que reclama la sociedad en la política no se sintetiza en el falso dilema entre "lo nuevo" y "lo viejo". No se trata simplemente de una renovación de nombres y caras, sino de métodos y prácticas, de sistemas y procedimientos. Ninguno de los que conducen el radicalismo metropolitano desde hace décadas puede ofrecerle eso a la sociedad y ésta lo percibe acabadamente y por esa misma razón lo repudia negándole su voto y su confianza.
Es común encontrarse con los radicales de a pie, radicales "de intemperie" de los barrios, aquellos que paran en el café o en el club emblemático, el comerciante reconocido, el profesional respetado, quienes son radicales de familia y tradición, quienes se preguntan no sin angustia "¿Y ahora? ¿Por quién votamos?", casi como una duda existencial.
Es que la crisis más grave que afecta al radicalismo y particularmente al de la Ciudad, es una crisis de identidad y de pertenencia. El ciudadano identificado con sus principios, con su doctrina, con su historia, integrando o no los registros afiliados partidarios, siente que ninguno de los candidato en liza con ciertas posibilidades de éxito representa aquello que sienten que tradicionalmente fue característico en el radicalismo.
No admiten y no alcanzan a comprender que en el partido que fuera escolta de la legalidad se haya urdido una maniobra vergonzosa, mediante prácticas fraudulentas y tramposas para fraguar una mayoría ficticia en la Convención local para aprobar un apoyo a la reelección del ex menemista y cuasi kirchnerista Jorge Telerman.
No comprenden que en el partido que derramó sangre por el derecho al sufragio libre de la ciudadanía y que implementó por primera vez en Argentina el mecanismo de voto directo de los afiliados para la elección de candidatos a representaciones públicas, se haya impedido el ejercicio de la democracia interna y la libre expresión de los afiliados mediante el sufragio, introduciendo dos candidatos a dedo en la lista de Telerman.
Es casi como un sacrilegio lo que ha sucedido en este último tiempo en el radicalismo capitalino, otrora caja de resonancia y espejo para otros radicalismos de la República.
Los valores más caros, las esencias más sagradas, los principios más elementales y las convicciones más íntimas han sido depuestas por los principales dirigentes del distrito en aras de satisfacer urgencias y necesidades materiales de la más baja estofa.
Ha sido la conclusión lógica de un proceso terminal a lo largo del cual han consumado contra sus propios correligionarios todo género de arbitrariedades en la búsqueda de la consolidación de sus posiciones personales y sus mezquinos intereses, aún a despecho de llevar a la UCR de la ciudad al virtual estado de insignificancia electoral a la que fue reducida por la ciudadanía en castigo por las inmoralidades cometidas.
Mientras sostenían que el radicalismo no tiene candidato "competetivo", ni en la Ciudad ni en la Nación, ahogaron cualquier intento sano de renovación o proyecto que potencialmente pudiera ofrecer una alternativa democrática, progresista y popular a los argentinos.
Han resuelto silenciar la opinión del radical común, el que no vive del erario ni de las prebendas oficiales, ni de las dádivas de los gerentes de intereses, por miedo a perder el usufructo del sello, el logotipo, la sigla, la, personerìa y la sede para negociarlos al mejor postor en el mostrador del poder de turno consumando una concupiscencia repugnante y absolutamente ajena a las mejores costumbres auténticamente radicales.
Se trata de un plan urdido con la más aguda y perversa intención de desnaturalizar las esencias del radicalismo frutrando sus posibilidades y provoncando un año irreparable para el país, y que lamentablemente ha encontrado en esta dirigencia el diligente brazo ejecutor de tan oscuros designios.
Los ciudadanos porteños votaremos el 3 de junio para elegir a quienes gobernarán esta Ciudad por los próximos cuatro años. Por primera vez estará ausente en el cuarto oscuro la histórica y gloriosa Lista 3 UCR por la desidia, por la defección, por la claudicación de quienes se dicen la conducción partidaria local.
Habrán privado a la sociedad de Buenos Aires de la posibilidad de optar por una alternativa polìtica, una propuesta sustentable, un oposición coherente, capaz de fortalecer el proceso de autonomía que es obra en gran medida del radicalismo y que aún está inconcluso.
Pero es lógico que concretarlo hubiera sido demasiado trabajo para gente habituada a otros menesteres, al gerenciamiento de negocios promiscuos, a la gestión de intereses económico financieros concentrados, a disfrutar de dividendos obtenidos tras el paso por la gestión de gobierno.
Es más fácil colgarse de la lista de algún aventurero y prestidigitador que tenga en sus manos la lapicera que permita fácvilmente obtener nombramientos en posiciones de poder con sueldos pagados por los contribuyentes.
A los radicales "de intemperie", que decía Honorio Pueyrredón, nos queda tonificarnos en la lucha y la resistencia. Nos queda el voto testimonial por la Lista 3 UCR, llevándolo como actitud militante a la puerta de nuestros afiliados amigos y familiares, como una reafirmación de nuestra identidad más allá de pactos espúreos y negociados inconfesables.
Para que los traficantes de influencias que se encaramaron en la dirección partidaria no negocien con nuestra dignidad y nuestra conducta.
Para que sus intereses abyectos queden en evidencia no solamente en la hora del escrutinio, sino fundamentalmente a la hora de rendir cuentas ante la historia de un partido glorioso que es la corriente histórica de la emancipación nacional como sostiene nuestra Profesión de Fe Doctrinaria.
1 de abril de 1928. YRIGOYEN PLEBISCITADO
Hace 6 años.