Por primera vez, los radicales no tendrán un candidato a presidente
Marcelo Helfgot
Frente a la tumba de Arturo Illia, en la Recoleta, tuvo lugar el episodio más gráfico sobre la fuerte crisis que golpea a la UCR y lo encamina hacia un hecho inédito: que participe por primera vez en elecciones nacionales sin un candidato presidencial propio. Solo en épocas de fraude electoral se abstuvo de presentarlo, en sus 115 años de vida.
Hace un mes, al recordar al ex presidente radical, uno de los discursos viró hacia la defensa de la identidad radical y contra el apoyo a candidatos extrapartidarios. La paradoja fue que esa arenga la hizo el ex gobernador rionegrino Osvaldo Alvarez Guerrero, uno de los que inició el éxodo masivo que padeció la UCR luego del pacto de Olivos que Raúl Alfonsín firmó con Carlos Menem en 1993.
"El pacto de Olivos fue el punto de inflexión de la debacle partidaria", reflexiona el ex ministro alfonsinista Juan Manuel Casella, erigido en "filósofo" del radicalismo tras su retiro de la carrera electoral. "El golpe de gracia lo dio Fernando de la Rúa, que atacó la base social del partido: la clase media".
Con todo, Casella advierte que "el problema lo tiene el país, no sólo los radicales. Porque sin una oposición organizada vamos hacia una anomia política y Kirchner tratará de convertir al PJ en el partido único, como fue el PRI mexicano".
Por el momento, la UCR se sostiene en una estructura que abarca el país, seis gobiernos provinciales y más de 400 municipales. Junto a una representación parlamentaria que —aún raleada— lo califica como segunda fuerza, aunque la falta de una figura de arrastre nacional lo coloca en riesgo de retroceso.
Eso motiva el anclaje en alquimias de cierto peso electoral. Para colmo, las divisiones diluyen sus rasgos de identidad, al punto que el grueso busca refugio en variantes del peronismo.
En ese contexto, decantadas las sucesivas migraciones a otras fuerzas, los sobrevivientes del naufragio radical se fragmentaron en tres corrientes principales, ninguna de las cuales se atreve a presentar candidato a presidente para evitar un papelón. Todas coinciden en el intento de colar el vice en diferentes fórmulas.
La cúpula partidaria quiere colocar detrás de Roberto Lavagna al mendocino Ernesto Sanz, a quien ya le salió un competidor, Federico Storani, con apoyo alfonsinista. Los gobernadores K esperan que el dedo del Presidente favorezca a otro mendocino, Julio Cobos, a la hora de ungir al número dos del oficialismo. Hasta Elisa Carrió analiza completar su fórmula con un radical y tendría en la mira a Jaime Linares, ex intendente bahiense.
La Convención Nacional dirimirá el 24 de marzo la postura oficial de la UCR entre el apoyo a Lavagna o la libertad de acción. Ni siquiera los cultores de la fórmula propia piensan dar pelea. "Vamos a denunciar en la Justicia el incumplimiento de la Carta Orgánica, que dispone elecciones internas, pero no creo que podamos dar vuelta esta claudicación histórica a la que nos lleva la conducción", admite Diego Barovero, vicepresidente del Instituto Yrigoyeneano y operador de Nito Artaza. Un dato: el cómico podría autopostularse a presidente en mero ejercicio de provocación.
"El dilema no es si vamos o no con candidato propio, sino cómo cumplimos mejor con la misión de construir una alternativa que frene las pretensiones hegemónicas del Gobierno y aporte equilibrio al sistema democrático", afirma Leopoldo Moreau, último candidato presidencial de la UCR (sacó apenas el 2,34 %) e impulsor de Lavagna junto a Alfonsín y Storani. El mismo argumento esgrime el ex presidente para justificar la adhesión a un peronista. Justo él que pasó a la categoría de prócer partidario por romper el invicto electoral del PJ, en 1983.
En cambio, el economista Miguel Pesce, jefe de los equipos técnicos del radicalismo K y vice del Banco Central, prefiere que la UCR funcione como una liga de caudillos distritales, para una mejor preservación. "Desde los dominios territoriales se iniciará la reconstrucción del partido. Y el proyecto Kirchner es el que más nos aporta a esa estrategia, por una clara afinidad ideológica", dice. Aunque no descarta que "la crisis de los partidos derive en una reestructuración de las identidades políticas".
También el ex diputado Juan Manuel Moure focaliza en las estructuras locales, pero apunta en dirección contraria. Como vicepresidente de la Convención Nacional, justifica el apoyo a Lavagna en "la necesidad de recuperar presencia en lugares estratégicos, como el conurbano y la Capital, para construir liderazgos que nos vuelvan a mostrar como alternativa".
La secretaria general del partido, Margarita Stolbizer, pide libertad de acción alegando que "los que decían que no tenemos candidato entregaron el partido y nos impidieron plantear una propuesta nacional propia".
Pocos escuchan el consejo de Casella: "Pensemos para qué sirve hoy el radicalismo".
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